Dicen que la distancia hace el olvido, que la mejor medicina es el tiempo, que todo llega, cambia y pasa. Sin embargo hay personas que marcan un antes y un después, y aunque nos resistamos, viven con nosotros día a día; en una canción, en un aroma que nos lleva a ese lugar o en una simple expresión que oímos de rebote y nos sumerge en una charla con él, con ella.
Nos empeñamos en borrar de nuestra memoria a aquellas personas por las que hemos sentido y se han ido, deseosos de olvidar miradas, sonrisas, palabras y sobre todo, momentos. Es tan corto el amor y tan largo el olvido... eso dicen, quizças sea porque, sencillamente, no debemos olvidar, sino aprender a vivir con el recuerdo, porque sin él, dejamos de ser.
Estamos hechos de experiencias del pasado, somos lo que somos gracias a todas esas personas, las que se han ido y las que siguen aquí. Las que nos han hecho más fuertes, y otras veces, más vulnerables, con las que hemos conocido la desconfianza, el riesgo, la inocencia y el miedo, la ilusión y la decepción, personas que nos han permitido conocernos un poco más.
Y la clave está en saber elegir qué olvidar. Si esa persona te duele, olvídala, pero quédate con el porque hoy quieres borrarla de tu mente. De lo contrario, corres el riesgo de volver atrás. La realidad es solo una, pero es más fácil aceptarla si te apoyas en hechos del pasado, si tienes presente lo que fue, para entender por qué hoy no es. Borra su cara, sus caricias, sus besos, sus enfados, sus sorpresas, pero no borres lo que te hicieron sentir, no olvides que una caricia suya te consoló cuando más lo necesitabas, ni tampoco olvides que un enfado suyo te hizo llorar aquella noche entera. Recordando esto no quiere decir que tengas un motivo para volver atrás. Simplemente: No olvides lo bueno para vivir en paz y no olvides lo malo para sonreír porque ya no está.
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